Hoy el Baúl de los recuerdos se abre para comentarles que cerca de las ocho de la mañana del diez de abril de 1919, acompañando de aproximadamente 400 hombres Emiliano Zapata, llegó a la hacienda de Chinameca. Mientras algunos soldados se fueron a buscar alimentos entre las chozas, otros platicaban en la plaza. A la vez que, un grupo de generales se reunió con Guajardo para discutir los planes de la siguiente campaña. La tranquilidad del momento se rompió debido a la supuesta presencia del enemigo, lo que originó la movilización de las tropas revolucionarias: a Jesús Guajardo se le encomendó resguardar el casco de la hacienda mientras el general Zapata se dirigió a un lugar conocido como la Piedra Encimada, desde donde se podía ver todo el valle.

 

Todo resultó ser una falsa alarma. Calmados los ánimos, Feliciano Palacios entró a la hacienda para recibir el armamento y las municiones prometidas, al tiempo que Guajardo invitó a su jefe a almorzar; Zapata, el receloso, se resistió, pero no por mucho tiempo. A las dos de la tarde ordenó que diez hombres lo acompañaran al casco de la hacienda, quedando el resto de la gente muy confiada, sombreándose debajo de los árboles y con las carabinas enfundadas.

 

  Montado en el As de Oros, Zapata llegó al dintel de la puerta, donde se formaron dos columnas que presentaron armas; el clarín tocó tres veces llamada de honor, y al apegarse la última nota los hombres de Guajardo, de la manera más alevosa, cobarde y villana descargaron sus fusiles sobre la humanidad del jefe Emiliano, quien infructuosamente trató de sacar su pistola para defenderse. Su cuerpo rodó al suelo arrojado por el As de Oros, quien corrió despavorido en busca de su salvación.

 

Las descargas de fusilería sacaron de su quietud a los zapatistas, que inútilmente trataron de resistir. Las fuerzas de Guajardo en número de 1000 y parapetados desde todas las posiciones, empezaron a perseguir a las despavoridas fuerzas surianas. Fue toda una tragedia.

 

Las noticias de lo ocurrido en Chinameca corrieron rápidamente y se recibieron en Cuautla, antes de que llegaran las fuerzas de Guajardo con el cadáver del caudillo. Cierta zozobra se apoderó del ambiente, pues aquellos que conocían al general Zapata no podían creer que el jefe hubiera caído en un ardid tan bajo. Como no era la primera vez que se hablaba de la muerte de Zapata, se dispuso que se procediera a identificar el cadáver. El primero en reconocerlo plenamente fue el general Jáuregui, jefe de su escolta, que había caído prisionero en Chinameca: posteriormente compareció ante las autoridades un tal Alberto Girela. Originario y vecino de Cuautla, quien manifestó que el cadáver que se encontraba en el local de la Inspección General de la Policía era el mismo del que en vida llevó el nombre de Emiliano Zapata. De acuerdo con el acta de defunción, el jefe revolucionario murió a las tres de la tarde del día diez de abril de 1919 a consecuencia de “heridas producidas por arma de fuego”

 

De acuerdo con versiones periodísticas, el cuerpo de Zapata tenía entre siete y nueve orificios de bala; los visibles estaban en la parte superior del ojo derecho y en la mano izquierda. Sin embargo, los tiros que le causaron la muerte casi de manera instantánea fueron los que recibió en el pecho, lo que demuestra la sangre fría de los oficiales carrancistas al momento de hacer fuego. El cuerpo presentaba además otras cicatrices de “heridas viejas”, una en la frente producida por un arma cortante, otra en el abdomen y otra más en la pierna izquierda. Asimismo, la autopsia revelaba que Zapata solamente había ingerido durante el día “alimentos líquidos”. El siguiente paso para desvanecer cualquier duda sobre la muerte de Emiliano Zapata fue exhibir su cadáver. Hasta la Inspección de Policía ubicada en el viejo Palacio Municipal, llegaron cientos de vecinos de Cuautla y otros lugares distantes, los cuales formaban una verdadera romería que no tenía otra intención de ver el cuerpo del hombre que consideraban invencible. El periódico Excélsior recogió muy bien la impresión del momento: “Los pobladores de estas regiones se han mostrado consternados y desmoralizados por la muerte del cabecilla”

 

 Dos días después de la tragedia, el sábado 12 de abril, a las 5:10 de la tarde, se celebró el sepelio, al que acudió prácticamente toda la población de Cuautla. El féretro era llevado por supuestos presos zapatistas y escoltado por la multitud, destacando por sus muestras de dolor las sobrinas del difunto. La comitiva desfiló silenciosa y a su paso se fueron abriendo todas las puertas y ventanas de las casas aledañas al panteón municipal.

 

Con su sangrienta muerte se convirtió en una especie de leyenda- algunos afirman que no había muerto y que el cadáver mostrado era el de un compadre suyo, muy parecido a él-y en el ícono de la revolución. Hasta nuestros días, asociaciones políticas y civiles siguen rindiendo culto a su mítica figura.

 

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